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Extracto del libro "Terapia cognitiva de la depresión", de Aaron T. Beck, John Rush, Brian F. Shaw y Gary Emery, publicado en el año 2010.
Por: Aaron T. Beck, John Rush, Brian F. Shaw y Gary Emery.
Evidentemente, casi todos los componentes de la relación terapéutica tienen aspectos emocionales. Cuando la relación va bien, el paciente suele experimentar sentimientos positivos hacia el terapeuta, tiene esperanzas de que le puedan ayudar, se siente agradecido al terapeuta, tiene una agradable sensación de seguridad cuando piensa en entrevistarse con él y anticipa con ilusión la siguiente sesión terapéutica. Paralelamente, el terapeuta puede experimentar un amplio rango de reacciones emocionales hacia el paciente —empatía, interés, deseo de ayudar y satisfacción por ser capaz de ayudar al paciente.
La eficiencia de la relación terapéutica depende en gran medida de la capacidad del paciente para experimentar y expresar sus sentimientos durante la sesión terapéutica. Los pacientes depresivos manifiestan con frecuencia un sentimiento de "falta de autenticidad". Interpretan como un signo de insinceridad su dificultad para expresar ante otras personas cómo y qué sienten y el hecho de mantener una fachada social para disimular su pérdida de sentimientos positivos. A partir de aquí, muchos pacientes depresivos afirman que el mero hecho de ser capaces de expresarse emocionalmente —sin reservas— les ayuda a restablecer el sentido de honestidad y autenticidad. Por ejemplo, el paciente puede decir, "Probablemente soy débil para dar rienda suelta a mis sentimientos, pero, al menos, soy honesto en lo que a este tema se refiere". Así, la libertad del paciente para ser "él mismo" durante la sesión le aligera el peso de encubrir sus sentimientos e intentar tener siempre buena cara.
La vergüenza del paciente respecto a sus sentimientos abarca un amplio rango de actitudes emocionalizadas: la disminución de su capacidad de expresar amor o, incluso, de experimentarlo; su irritación, especialmente hacia quienes son importantes para él, y su omnipresente ansiedad. Por encima de todo, los pacientes se sienten avergonzados cuando su tristeza parece excesiva e inadecuada para la situación. Por ejemplo, un paciente puede decir, "Tengo cuanto se puede desear y, aun así, me siento desgraciado, disgustado e insatisfecho con todo". Los pacientes pueden reprocharse a sí mismos su aparente falta de aprecio hacia sus "bienes" e incluso pueden experimentar intensos sentimientos de culpabilidad "hacia la gente, que se porta tan bien conmigo". De hecho, algunos depresivos se sienten peor cuando sus amigos y familiares les muestran especial consideración y amabilidad.
Las reacciones emocionales de este tipo y la no poco frecuente experiencia de disminución o pérdida del sentimiento de amor (o incluso irritabilidad) hacia su círculo de amigos y familiares son tópicos acerca de los cuales a los pacientes depresivos les cuesta mucho hablar, excepto en el contexto de la terapia. Incluso en este caso, no es muy probable que el paciente los saque a colación hasta que el terapeuta no haya establecido una buena relación con él y se muestre comprensivo con las reacciones de "vergüenza" del paciente. El hecho de abrirse, de descubrirse alivia al paciente de la tensión de tener que suprimir o disimular sus sentimientos. Es probable que la aceptación por parte del terapeuta de los sentimientos negativos del paciente reduzca los sentimientos de culpabilidad y autocastigo.
También parece que muchos pacientes se sienten aliviados tras haber llorado durante la sesión terapéutica. En muchos casos, el llanto sin inhibiciones parece tener algunas propiedades terapéuticas intrínsecas. Los efectos de la terapia se ven intensificados cuando el paciente experimenta la sensación de tener un lugar donde expresarse libremente sin ser juzgado. Sin embargo, algunos pacientes reaccionan muy mal tras haber llorado durante una sesión. Especialmente los hombres pueden considerar el llanto como signo de debilidad. Otros pacientes tienen problemas para controlar el llanto, e incluso pueden pasarse llorando toda la sesión a no ser que el terapeuta ponga e práctica estrategias específicas (distracción o control conductual) para contrarrestar este problema. Como se discutirá en el capítulo sobre problemas especiales, entrenar el paciente para que pueda controlar su llanto puede ser un prerrequisito vital para favorecer una comunicación constructiva con él.
El terapeuta siempre debe tener en cuenta que está tratando al paciente y no a sí mismo. En otras palabras, es de particular importancia que el terapeuta so se sirva de la terapia para resolver sus propios problemas. Sin embargo, a veces hemos oído de terapeutas que mostraban una gran empatía con el paciente que se han puesto a llorar al hacerlo éste; aparentemente, este tipo de intercambio tiene cierto valor terapéutico para construir un puente de acercamiento al paciente. Con todo, esta clase de respuestas siempre se ha dado entre terapeutas muy experimentados que sabían bien cuándo era momento de expresar sus propios sentimientos.
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