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Ignacio Martín-Baró: ¿Quién es pueblo?

Foto del escritor: PsicoDifusiónPsicoDifusión

Imagen: Centro Cultural de España en El Salvador



Artículo del psicólogo, filósofo y sacerdote jesuita, Ignacio Martín-Baró, publicado en el año 1974.



Por: Ignacio Martín-Baró.



El nivel ideológico en el que se suele mover el quehacer político cotidiano incluye la presencia incuestionada y apodíctica de una serie de conceptos capitales, de los que nunca se ofrece una explicitación. Da la experiencia que los mismos términos sirven para esconder realidades muy diversas. Esto no importaría tanto, si en cada caso se supiera a qué realidad se está aludiendo. Lo grave es que, las más de las veces, esos conceptos conservan una nada aséptica ambigüedad y, bajo la apariencia de una representación parcial, interesada y hasta opresiva de ella. Algunos de esos conceptos ya han empezado a hacer crisis entre nosotros. Así, por ejemplo, los conceptos de democracia, de paz, de violencia, de desarrollo, de apoliticidad. No así el concepto de pueblo, al que todavía rodea un hálito de dinámica "progresista-subversiva", jinete mítico de revoluciones y revueltas ("populares"), estímulo evocador de nebulosas fantasías.

Se habla de pueblo a nivel de orientaciones políticas, para justificar y legalizar ("en bien del pueblo") lo que, normalmente, seguirá dejando al pueblo al margen. Bajo el estandarte del pueblo se toman las decisiones más dispares; a pueblo acude quien intenta un golpe de Estado como quien lo reprime; al pueblo dice representar quien defiende la Reforma Agraria como quien la ataca; en el pueblo se escuda quien administra justicia como quien denuncia su podredumbre... Este empleo continuo del término pueblo bajo los epígrafes más opuestos lo vacía de todo sentido, para dejarlo como módulo formal al servicio de cualquier interés político. Sin embargo, la persistencia del módulo formal, la obligatoriedad de su uso para quien, con honradez o sin ella, pretende alternar en el campo político, indica la presencia de una especie de imperativo categórico, que condiciona el quehacer público a esa entidad "x" a la que se llama pueblo. Pero, en definitiva, ¿quién es ese "x", quién es ese pueblo?

Es obvio que, en muchos discursos y declaraciones, el término pueblo es un eufemismo que no esconde sino la presencia de quienes detentan el poder o sus beneficiarios directos. El bien del pueblo o los reclamos del pueblo no significan, en esos casos, más que el bien o los reclamos de los grupos influyentes y minoritarios de un determinado país.

En otros casos, sobre todo en el contexto de ciertos idearios políticos de corte "nacionalista", el término pueblo suele identificarse indiscriminadamente con la totalidad de los habitantes de un determinado espacio geográfico (delimitado por las fronteras nacionales, a veces inciertas), que se agrupa, en esa entidad política —más o menos arbitraria— que se llama nación y que, supuestamente, participa de un destino común. Pueblo es, entonces, todo aquél que pertenece a esa determinada nación, bajo el supuesto de que un cierto enraizamiento biológico común (enmarcado por unas fronteras comunes) es el garante más auténtico de una comunidad de destino, por encima de cualquier tipo de diferencias. Así entendido, el concepto de pueblo puede implicar una maliciosa ceguera (no necesariamente consciente), ya que suprime de un plumazo la conflictividad que puede oponer inconciliablemente a los diversos sectores que configuran una nación.

No es del caso insistir en aquellos usos del concepto pueblo en que, por la vía de la nacionalidad, se le identifica con una opción religiosa, una afiliación partidista o, lo que es todavía peor, una raza. La ceguera estática y adialéctica queda entonces consagrada en un patrón que pretende salirse de la historia, en una perpetuación obligada de la situación reinante, situación obviamente lesiva de los derechos más fundamentales de "minorías" que, estadísticamente, son a menudo abrumadoras mayorías. Este uso del concepto pueblo es más o menos característico de los regímenes totalitarios, fascistas o no.

El empleo más generalizado del término pueblo lo relaciona con el polo minus-habente de la díada élite-masa. Frente a quienes, en uno u otro sector de la realidad, se muestran como sobresalientes, pueblo es quien no sobresale, quien marca la norma, la media estadística; pueblo es el hombre "corriente", el hombre de la calle, "Juan Pérez" o "Pablo Campo". Frente a la "excepción", el pueblo es la regla. En esta línea, se supone que el pueblo es el poseedor por excelencia de los rasgos de una supuesta identidad nacional.

En esta misma óptica de contraposición, pueblo pasa a ser, en ciertos casos más específicos, el sector más necesitado de los grupos que constituyen una determinada sociedad. Pueblo es el impotente, el necesitado, el que, de una u otra manera, no tiene. El marxismo llegará a identificar al pueblo con la clase trabajadora en contraposición a la clase burgués-capitalista, en cuanto que el trabajador va siendo despojado del fruto de su trabajo por el capitalista. Pueblo es, entonces, el proletario, necesariamente "resentido" (entendido el resentimiento como un positivo potencial revolucionario de reivindicación social), aunque quizá todavía inconsciente de sus derechos y hasta de sus justas reivindicaciones.

Todos estos empleos indiscriminados del término pueblo nos parecen esconder una interesada ambigüedad (espejos ilusorios), que permite a cualquiera capitalizar en beneficio de los propios intereses los derechos implícitamente atribuidos al demos, al pueblo, a quien supuestamente pertenece la última palabra en cuanto a las determinaciones y destinos políticos. Si un gobierno, un partido o un individuo, tiene tras sí el respaldo de un pueblo, su actuación ya está por lo mismo justificada —es democrática, en el sentido más auténtico del término—, sin que haga falta apelar a una instancia posterior. De ahí la importancia que reviste para cualquier político el poder hablar "en nombre" del pueblo, poder respaldar sus actos con su "visto bueno", o escudar sus decisiones en las "exigencias" y "necesidades" populares.

Es importante, pues, aclarar lo más posible las características realmente determinantes de lo que el pueblo es, a fin de deslindar los empleos objetivos (y sinceros) del término pueblo de los que no lo son o, lo que es lo mismo, deslindar quién es pueblo y quién no lo es y, por tanto, cuándo un quehacer que se quiere y afirma "popular" es realmente popular y cuándo no lo es. Cualquier reflexión que pretenda aportar luz es, en este sentido, un esfuerzo urgente y necesario. Las siguientes reflexiones pretenden colaborar en esta tarea, con plena conciencia de su precariedad y esquematismo.

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