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La educación y la escuela ante las situaciones de suicidio

Foto del escritor: PsicoDifusorPsicoDifusor

Actualizado: 22 ago 2021


Imagen: La Tercera



Extracto del texto "Acerca de la problemática del suicidio de adolescentes y jóvenes: Un enfoque para su abordaje desde el campo de la educación", de Rubén Efrón y Daniel Korinfeld.


Por: Rubén Efrón y Daniel Korinfeld.


Sabemos lo que ocurre cuando la muerte o algunas de las violencias extremas emergen en las escuelas. Es algo que está fuera de los sentidos que constituyen la tarea de formación educativa. Es discordante con todo plan, todo objetivo, algo absolutamente disociado del sentido fundamental de esta institución social.

Así como es inimaginable la muerte propia -siguiendo la tesis freudiana-, es ciertamente difícil de asimilar en la escena educativa la muerte, especialmente cuando es un adolescente quien piensa en ella, expresa que la desea o realiza un acto en esa dirección.


Se trata de un elemento disruptivo respecto de los ideales de la transmisión de la cultura que sostiene el discurso pedagógico y el mismo funcionamiento institucional. Crecimiento, desarrollo, mejoría, futuro, gradualidad, madurez forman parte de este discurso que sostiene una apuesta a la racionalidad, al conocimiento y al saber ligado a la voluntad, todo ello hace extremadamente difícil aprehender una conducta fuera de la norma, guiada por una lógica subjetiva. Conmueve los pilares sobre los que descansa la institución educativa: la transparencia final de los asuntos humanos que nos permitiría con cierta perseverancia y voluntad aprehender y comprender todo aquello que desafía nuestro entendimiento.


La irrupción de la muerte a través del suicidio o su tentativa tiene siempre un efecto desestructura, se torna difícil registrarlo simbólicamente y poder significarlo, produce un estallido en el discurso educativo.


Soportar la falta de sentido de un acto tan radical como el suicidio es un trabajo psíquico individual y colectivo contra el desamparo simbólico y la indefensión que nos provoca. Los esfuerzos por comprender, por hallar su significado, por encontrar la causa, la razón ocupa un espacio y un tiempo importante a la hora de registrar lo que aconteció.


En ese tiempo inevitable y necesario de tramitación colectiva, de producción de sentidos y de significaciones es preciso determinar los mejores modos de acompañar a la comunidad dañada, a los grupos y a los afectados del entorno más cercano.


Podemos pensar que las instituciones pasan por posiciones análogas a las que atraviesan las personas cuando deben afrontar el impacto del suicidio de un conocido, o un ser querido. Reconocimiento y desconocimiento del hecho; interrogaciones, averiguaciones para comprender, rechazo a indagar, a profundizar; la tensión entre expresar y compartir las emociones y las vivencias, así como contener y negarlas. La ambivalencia es un rasgo inherente a la subjetividad que se constata con mucha intensidad en situaciones extremas y que las instituciones también expresan a través de sus actos, respuestas y políticas.


Diana Altavilla (2006) señala tres ejes conceptuales que permiten comprenden la situación que transitan los afectados y al mismo tiempo son los que deberán atravesar para elaborar el suicidio. El enigma, es decir la opacidad que todo acto suicida conlleva; el legado: sus consecuencias para los afectados y la participación, que alude al difícilmente evitable sentimiento de culpa que los acompaña aludiendo a las posibilidades de haber estado advertido y haberlo podido evitar.


No es extraño que cuando se atribuyen una serie de causas posibles, problemas o dificultades que lo podrían haber motivado, surja un presunto culpable que se convierta en la causa eficiente, la culpabilidad puede depositarse, por ejemplo, en las redes sociales.


La mayoría de los actores institucionales suelen manifestarse desbordados emocionalmente, expresando intensos sentimientos de culpa, la idea que insiste en estos casos es la de no haber podido anticipar y prevenir el acontecimiento, insiste la pregunta como autoreproche: "¿Cómo no nos dimos cuenta?". Enlazada a este sentimiento, la angustia respecto del futuro: "¿Cómo hacer para no equivocarnos en el futuro?".


Las instituciones se desenvuelven muchas veces entre la parálisis y la hiperactividad. Hemos observado en algunos casos que la respuesta de escuela tiende al silencia, se genera una suerte de encapsulamiento de la situación vivida y por tanto, el aislamiento institucional de la comunidad amparado por la idea de que con el tiempo y sin hablar de ello la herida va a cicatrizar.


En otras situaciones por el contrario se constata la presencia de una idea de máxima expresividad de lo acontecido, "hay que hablar", "todo/as tienen que hablar" y expresar los sentimientos que nos provoca lo ocurrido, la importancia de no silenciar, de no evitar la confrontación con el sufrimiento, y las formar diversas que las personas tienen de vivirlo se convierte en un llamado rígido a una elaboración modélica, un modo de atravesar este momento que se piensa debe ser para todos igual. Es importante que la oferta institucional sea suficientemente flexible y atenta a las singularidades.


La "hiperactividad" institucional, una idea de elaboración del duelo esquemática puede llevar a una apertura indiscriminada en la búsqueda de ayuda y colaboración hacia el exterior de la escuela. Esto último conlleva un conflicto de "sobreprestación" algo que posiblemente sea ineficaz y muy frecuentemente se convierte en iatrogénico, en tanto refuerza la confusión y no acompaña el momento de conmoción de la comunidad dañada. Seguramente el carácter indiscriminado de la demanda es producto tanto de la angustia que produce el hecho en los afectados directos como de la ausencia de un dispositivo suficientemente reconocido socialmente que pueda actuar rápida y eficazmente. De esta manera intervienen: la policía, iglesias, alguna instancia de salud, dispositivos del área educación, ONG y otros; diferentes acciones de la comunidad, actores que pueden tener discursos ciertamente contradictorios. La sucesión de interlocutores cuando sus intervenciones no están articuladas conceptual y operativamente puede multiplicar la confusión y producir rechazo ante la oferta de acompañamiento. Es importante generar las condiciones para racionalizar las intervenciones a través de una concepción unificada.


Es una problemática abierta y un verdadero desafío gestionar las diferencias de enfoque cuando propiciamos una construcción participativa. En estas diferencias sostenemos que esta construcción hace foco en el carácter educativo y pedagógico de las intervenciones que se produzcan en el ámbito escolar.


Pudimos comprobar en algunas situaciones que cuando los adultos se dirigen a los alumnos se ven compelidos a centrar su tarea de apoyo en una retórica vitalista, un llamado al optimismo en los mensajes, que por su insistencia y oportunidad no contribuye al acompañamiento. En estas situaciones acompañar es escuchar prudentemente y no interferir en lo que cada uno va expresando. La autoculpabilización, la idea de que ha sido una decisión libre del compañero y que hay que aceptarla, la asignación de un sentido específico al suicidio son modos de tramitación singular de un momento y contexto de palabra determinado y es conveniente no confrontar, ni invalidar esos sentimientos e ideas, lo que no significa validarlos y mucho menos desestimarlos en lo que están expresando.


Ha sido bastante frecuente en ciertos acontecimientos, observar que eran los adolescentes quienes parecían contener a los docentes, un hecho que nos debe llevar a la reflexión y al debate entre adultos.


Las propuestas de abordaje de esta problemática, basadas en programas de identificación, monitoreo y asistencia del riesgo suicida, están focalizadas en la identificación de indicadores de riesgo, el fortalecimiento convivencial y la atenuación de los problemas de estigmatización y hostigamiento. El fortalecimiento de la convivencia entre pares y con los adultos es sin dudas un pilar de una institución democrática, hospitalaria y cuidadosa de sus integrantes y configura una disposición promotora de salud; pero desde nuestro punto de vista es cuestionable la existencia de indicadores específicos para la detección de la posibilidad suicida y es muy difícil ponderar los efectos de esta operatoria. Dicho de otra manera, detectar indicadores no garantiza ningún tipo de prevención específica, la mayoría son indicadores que comparten un conjunto de problemáticas y padecimientos subjetivos que no se dirigen al trágico desenlace que implica el suicidio o su tentativa y por el contrario puede generar un contexto persecutorio y estigmatizante.

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